La segunda modalidad que habíamos
señalado para vislumbrar los alcances de la crisis actual
del mundo occidental, era el aproximarnos a ese propósito estudiando cómo diferentes estadios históricos pueden darnos luz
sobre el desarrollo de épocas posteriores a tales estadios.
En
términos generales tales vislumbres pueden darse de dos modos diferentes, uno
de ellos se refiere a la influencia que a través del tiempo un suceso da lugar
a otro que le sucederá muy posteriormente. Esto se aprecia claramente en el
caso de la emergencia del cristianismo como hecho histórico en el Imperio
Romano al ser reconocido oficialmente por el emperador Constantino en el siglo
III d.C, y que será el factor condicionante de todo el milenio de la
Edad Media europea amén de que impondrá una
profunda impronta en la conformación de la cultura occidental.
La otra variante se refiere a cómo
determinadas épocas históricas pueden acusar
ciertos aspectos análogos respecto a desarrollos posteriores a aquellas, claro
con la salvedad de no exagerar la presunta analogía entre épocas distintas,
dado que en verdad cada instante en la evolución de la historia acusa una
singularidad que le es propia. Cabe señalar
dos ejemplos de desarrollos que acusan cierto paralelismo: el del antiguo
Egipto y el de la ancestral China, casos ambos en que entre sucesivas etapas de
un claro desarrollo cultural, se intercalan visibles intermedios de gran desorden
y caos general. Otro caso de analogía surge
al contraponer los últimos siglos IV y V del Imperio Romano con las graves
crisis que están afectando el mundo
occidental desde el siglo XX y en el actual, y asimismo, de no evitarse la
caída de Occidente, la humanidad se vería ante un cataclismo histórico tan o
más grave como el que en su tiempo fue el desplome del Imperio Romano para el
mundo de la Antigüedad.
Dos filósofos de la historia por demás
conocidos, como son el inglés Arnold Toynbee y el alemán Oswald Spengler, han
dado valioso testimonio con sendos notables ensayos[1], de cómo el estudio
minucioso y prolijo de lo ocurrido en épocas pretéritas, puede proyectarse a la
comprensión de lo que para ambos estudiosos era su época presente, vale decir
el siglo XX al que pertenecen ambos.
Al trabajo de ambos historicistas debemos
dos referencias importantes para apreciar el estado de una época como en la que
estamos actualmente; de un lado aquel criterio de Toynbee para medir el grado
de vitalidad o decadencia de una época apreciando el contrapunto de sus ‘respuestas’
versus los ‘retos’ que surgieron en cada momento de su desarrollo, y del lado
de Spengler el concebir el desarrollo de toda cultura o civilización como
análogo al ciclo vegetativo de todo ente viviente de nacimiento, desarrollo,
plenitud, decadencia y muerte.
Cabe asumir que si contrariamente al caso
de Toynbee y Spengler, quienes no deben
haber tenido mayor oportunidad para un intercambio de sus respectivas reflexiones,
se pudiese organizar un trabajo colectivo de las distintas escuelas
historicistas a nivel mundial, y así lograr una fructífera búsqueda de
propuestas metodológicas para vislumbrar hacia dónde marcha la historia, recién
entonces podríamos predecir con cierto asidero, si la civilización occidental
se encuentra o no en una fase ya tardía y que rasgos pueden presumirse en el
desarrollo histórico que le suceda.
[1] Arnold Toynbee: ESTUDIO DE LA HISTORIA (l2 tomos de 1933 a1961) y Oswald
Spengler: LA
DECADENCIA DE OCCIDENTE (2 tomos
entre 1,918 y 1923).
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