El período europeo entre los siglos XV y XVI, al inicio de los Tiempos Modernos, será testigo del surgimiento de Inglaterra y España como dos naciones de singular gravitación en Europa, Inglaterra encarnando las tendencias que irán dando forma a la era de la modernidad —era que perdurará hasta nuestros días—, en tanto que España, fortalecida con el descubrimiento de América y frente a la insurgencia del protestantismo, asumirá el rol de defensor del legado de la tradición cristiana y humanista.
Así en tanto que Inglaterra acogía la nueva visión de los franciscanos ingleses de Oxford y hacía suyos los nuevos tiempos de la modernidad, España se opuso a tal visión que implicaba la desvalorización de la perspectiva de Santo Tomas de Aquino, y se aboca a una visión que conciliando la irrupción de los Tiempos modernos no cortara el cordón umbilical con la perspectiva neoescolástica del catolicismo.
No es difícil inferir la abierta contraposición filosófica entre la posición de Inglaterra, que encarnaba la novedad de era de la modernidad, era que evolucionará hasta la actual postmodernidad; versus la posición de España aferrándose a la tradición del humanismo escolástico. Así, si España católica abrazó la creencia católica del paraíso celestial, la Inglaterra ‘moderna’ sólo aspirará un paraíso de orden terrenal nada utópico.
Los contrastes entre lo inglés y lo español se irán acentuando conforme se fue afirmando la modernidad. España quedará simbolizada en ese binomio de polaridades entre un Don Quijote y un Sancho Panza, aquel iluminado por la locura caballeresca buscando la gloria altruista del deshacedor de entuertos, y Sancho, con los pies en la tierra y con un gran caudal de sabiduría práctica aunque con un cierto tinte de escepticismo. Inglaterra en contraste con el altruismo quijotesco que encarnaría España, se afirmará en un pragmatismo utilitario que no vacilará en honrar con el título de Sir a algún despiadado filibustero en tanto que sus acciones fueran de provecho para la nación inglesa,
Hay en este significativo contraste algo que nosotros los hispanoamericanos debemos tener siempre muy presente, y es que para España y para nuestras naciones hispano- americanas hay más una identificación con lo que encarnaba aquella dualidad de de don Quijote y Sancho Panza. Al respecto Leopoldo Zea cita al español Joaquín Costa quien al referirse a esta identificación cervantina nos dice que en ello «pueda estar la posibilidad del porvenir de las naciones que bajo la sombra de don Quijote son enderezadores de entuertos y paladines de justicia de los despojados y sufridos hombres de la tierra».
En esa identificación con Don Quijote y Sancho Panza, se puede reconocer y comprender mucho del sentido de no pocos de nuestros rasgos idiosincrásicos, ya sea como ‘enderezadores de entuertos’ en el ámbito de la política internacional, defendiendo la no intervención en la soberanía de los pueblos o mostrándonos afines hacia una solidaridad universal de todos los pueblos. Pero también podemos referirnos a ese otro prototipo de un Sancho Panza prudente y con los pies en la tierra, que profesa cierto grado de realismo ante la vida, incluso no exento de cierto escepticismo, pero sin embargo con una buena predisposición hacia el logro de nuestros sueños.
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