Se infiere de las precisiones anteriores,
que en una fase cultural hay un esfuerzo más cualitativo que cuantitativo, por
ende, es comprensible que en tal fase el orden de las cosas no pierde de vista
la escala y realidad del ser humano como tal. En tal sentido se puede reconocer
en ese cuadro a la condición histórica sea de la Grecia Helénica o la Europa de los Tiempos
Modernos a partir del Renacimiento.
Por contraste, en una fase de civilización primará
más lo cuantitativo y el desarrollo de lo material, y ello a tal extremo que el
hombre quedará sumergido en una ola de
gigantismo o ‘colosalismo’. No será difícil adjudicar tal situación histórica a
una realidad como la del otrora Imperio Romano, o en la actualidad a la
civilización occidental en su fase de
postmodernidad, fase que bien podríamos
distinguirla como una ‘civilización pan-estadounidense’.
Si volvemos nuestra atención a la realidad
de la Roma imperial
en su período histórico final, estamos ante la paradójica situación de ver al imperio ya en franco estado de
decadencia, sin embargo, manteniendo prácticamente hasta el final el ímpetu de
un notable ritmo constructivo. Si recurrimos a Lewis Mumford, nos dice éste en
una de sus obras[1] que el final de una civilización
puede coincidir con una febril actividad externa, similar a lo que sucede con un organismo biológico en trance de
agonía, estado final que puede acusar una aceleración en el ritmo de alguna de sus funciones, por
ejemplo, el pulso, la respiración o la transpiración.
Así, según Mumford, este ímpetu último de
una sociedad cerca de su final, es en realidad un fenómeno reflejo del cuerpo
social, pero cuya alma colectiva acusa una vaciedad cada vez más cercenada de
lo espiritual y del orden de los valores. Podría decirse que es como si aquella
sociedad viviera más en un estado de
sopor o de sueño agónico, poblada la conciencia colectiva de fantasmas y
reminiscencias de viejas épocas pasadas. Pero todo esto, como lo reitera
Mumford para el caso de la civilización greco-romana, puede ocurrir en medio de
un despliegue inacabable de emprendimientos mayormente de índole material.
Resulta sugerente contraponer este cuadro
de la civilización greco-romana que nos señala Mumford, con la visión que la
época actual nos trae el filósofo Herman de Keyserling, quien en un ensayo suyo
sobre sus impresiones de la sociedad norteamericana de finales de los años
veinte[2], una sociedad que ya empezaba a mostrar los signos que moldearían significativamente
nuestra actual post-modernidad. Pues bien, la experiencia vivencial del viaje a
ese país de Keyserling añadida a la traumática experiencia europea al término
de la de Primera Guerra Mundial, lleva a
Keyserling a señalar que la época contemporánea
de su tiempo pues ya estaba agonizando y
muy rápidamente, y a tal extremo que su fuerza vital estaba virtualmente
agotada.
Continuaremos en la siguiente nota con la
visión de Mumford y Keyserling respecto al
proceso de envejecimiento de la civilización occidental.
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