Definir lo que caracteriza a las crisis finales de las culturas y civilizaciones a lo largo de la historia, es un tema que da lugar a diferentes formas de interpretar las conmociones del final de cada época, por lo que conviene acordar a priori una cierta modalidad metodológica, y con ella evaluar si la crítica problemática actual corresponde o no a un desarrollo ya tardío del mundo occidental.
Dado que es necesario adoptar una determinada modalidad que permita definir lo que caracteriza un estado de crisis final, escogeremos una que es señalada por el historiador inglés Arnold Toynbee en su monumental obra: El Estudio de la Historia. Toynbee comienza por definir todo proceso civilizador, como el resultado de las adecuadas ‘respuestas’ de un pueblo a cada ‘reto’ crítico que debe afrontar durante todo el ciclo de su desarrollo. Pero como señala Toynbee, hacia el final de toda civilización se da un proceso degenerativo en el cual a cada nuevo ‘reto’, las sucesivas ‘respuestas’ son cada vez más inadecuadas y tardías. Entonces el reto persistirá y la crisis cada vez más profunda deviene a la larga en definitivo colapso
Dejaremos por ahora de lado la crisis ecológica ambiental, la virulencia de los actuales fundamentalismos religiosos y políticos, o el crecimiento de la población mundial y la consiguiente escasez de alimentos y agua, y nos limitaremos sólo al crítico estado de la economía mundial a raíz de la crisis bancaria norteamericana, crisis que en el año 2,008 se proyectó en una reacción en cadena a todo el globo. Pues bien, frente al ‘reto’ de tan crítica situación que ya lleva tres años, todas las diversas ‘respuestas’ tomadas por las naciones afectadas han acusado poca o ningún resultado positivo. En una palabra y como juzgaría Toynbee, se trata de una situación crítica que se profundiza por la sucesión de soluciones inadecuadas.
Ahora bien si de acuerdo a lo que señalan no pocos historicistas, entre ellos Oswald Spengler[1], asumimos que nuestra civilización como las que nos han precedido, es asimilable a un ente viviente, y como sucede con todo otro organismo cada una de sus funciones están simbióticamente entrelazadas, entonces se colige que la crisis económica actual no es una ‘dolencia’ aislada sino que estará contribuyendo a intensificar aún más todos los otros trastornos que líneas arriba habíamos dejado de lado, ya que se hará cada vez más difícil, sino imposible, el dar las ‘respuestas’ adecuadas a tales ‘retos’. Concluiremos entonces que Occidente se encuentra ya en una fase tardía de su desarrollo.
Pero si se adopta esta perspectiva de la organicidad de toda civilización, entonces debemos también tomar en cuenta otro ciclo vital de la evolución de la vida, es el ritmo continuo de nacimiento, ocaso-muerte y renacimiento. En otras palabras si volvemos la vista a todas las culturas y civilizaciones del pasado, vemos que ninguna de ellas ha desaparecido sin antes haber contribuido a la emergencia de los nuevos desarrollos históricos que le siguieron. Por ende a la civilización occidental le tocará alumbrar el surgimiento de otro desarrollo histórico, el que como enseña la historia será un renacimiento a un nivel cualitativo y cuantitativo inéditamente superior a todos las culturas y civilizaciones que nos han precedido.
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