La segunda gran fuente formativa de lo peruano y lo indohispánico está conformada por los valores y la visión que caracterizan al mundo andino, tanto el quechua como el aymara. La valorización de nuestra tradición prehispánica se ve confrontada por el proceso de desmitificación que hoy caracteriza a la civilización occidental, amén de la pronunciada tendencia de la modernidad hacia el imperio de lo puramente cuantitativo en desmedro de lo cualitativo.
El hombre contemporáneo postmoderno deviene hoy en una suerte de recinto aislado, una verdadera ’mónada’ humana tan subjetiva como mecanicista, por ende divorciada tanto respecto a los otros hombres como ante su propia realidad como ser humano, pero también frente al orbe cósmico del universo. El hombre ha terminado reducido a un suerte de ente encerrado dentro de su egoísta individualidad, con una identidad constreñida sólo a su naturaleza fenoménica y funcional y reducida a meros índices cuantitativos. En el universo del hombre contemporáneo ni aún el misterio de la vida posee sentido o propósito alguno.
Frente a este cuadro de la modernidad occidental, el mundo de lo andino se yergue pleno de significados y de experiencias vitales y ajeno a aquella egoísta soledad de la postmodernidad actual. El hombre andino vive dentro de una urdimbre de lazos intensamente vivenciales de solidaridad plena con su comunidad y en una relación telúrica y umbilical que lo une a la madre tierra, la Pachamama y a los Apus. La realidad como un todo solidario del cosmos y del hombre abarca tres grandes mundos: el de ‘arriba’ o celestial, el de ‘aquí y ahora’ o terrenal y el de ‘abajo’ o mundo subterráneo, mundo éste en el que los muertos siguen viviendo lado a lado con las fuerzas germinales en las entrañas de la Pachamama. Dentro de esa urdimbre de relaciones, las figuras sagradas cristianas están en una simbiótica relación con las deidades y valores prehispánicos que subsisten hasta hoy, dándose un singular sincretismo de lo católico con lo andino prehispánico, sincretismo que estudiosos como el Padre Manuel Marzal y otros, las consideran expresiones auténticas y singulares de la religiosidad de los pueblos andinos.
Pero el mundo andino no se limita a lo que podríamos llamar los significados de orden metafísico o religioso. El hombre andino ha sabido preservar ideas como la unicidad del espacio y del tiempo expresada en el término único de pacha —concepción que significa simultáneamente espacio y tiempo precediendo desde antiguo a la idea einsteniana del continuo espacio-tiempo—. Hay una interrelación diríamos osmótica entre los ciclos del pasado, el presente y el futuro, dándose verdaderas crisis cíclicas o pachacuti en el devenir del tiempo y de la historia, devenir del tiempo en una suerte de espiral que conjuga la vieja noción prehispánica del tiempo cíclico y la linealidad del tiempo escatológico o de las últimas realidades del cristianismo.
Hasta aquí llega esta revisión, sucinta en extremo, de las dos grandes fuentes formativas de lo peruano y del mundo indohispánico[1], pero con lo expuesto podemos apreciar, como lo hacemos en una próxima nota, la riqueza de la potencialidad creativa de una y otra fuente en el proceso formativo de nuestra forma de ser. Es en la complementariedad de ambas, donde se encuentra la clave crucial del proceso afirmativo de nuestra identidad.
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