lunes, 5 de marzo de 2012

CULTURA Y CIVILIZACION: DOS FASES HISTORICAS SUCESIVAS [ V ]


Daremos término aquí a esta serie que versa sobre cómo el desplome del Imperio Romano no fue algo que ocurrió de la noche a la mañana, sino que fue el final de un largo proceso en que la propia extensión del dominio imperial de Roma a la larga fue el detonante de los factores que llevarían a la civilización greco-romana a su decadencia y colapso.

Quizás el aspecto  que más convendría resaltar en toda esa dilatada fase de decrepitud imperial, es la descomposición social a resultas del quebrantamiento de los viejos valores que sirvieron justamente para el surgimiento de la civilización greco-romana. Tal cuadro de descomposición afectó tanto al cuerpo social como al propio Estado que regentaba al imperio, lo que queda bien reflejado en el testimonio de Polibio, historiador y general griego, acotado por Lewis Mumford, y quien refi­riéndose a la sociedad de su tiempo  en el relativamente temprano siglo II, decía, que si bien en Roma no se sufría de epidemias y guerras «la gente ama demasiado el dinero [...los  pocos] que se casan no tienen más de uno o dos hijos, para educarlos con lujo y dejarles mejor heren­cia». También recurre Mumford al testimonio del emperador y filósofo estoico Marco Aurelio, que describía el mundo romano del mismo siglo II como: «decadencia [...] nada más que agua, polvo, huesos, hedor[porque] la muerte pende sobre ti».   

Referencias como éstas de Polibio y del emperador Marco Aurelio y las anteriores que hemos venido  mencionado de Lewis Mumford y de  Herman de Keyserling, tocan no pocos aspectos de la decadencia de la civilización greco-romana, los cuales nos llevan a inferir por comparación que la época actual acusa una sintomatología que guarda una inquietante analogía con  el final de aquella otra civilización.

Basta mencionar entre otros aspectos el egoísmo general aunado al pragmatismo utilitario que hoy profesa la sociedad postmoderna, la supeditación generalizada en casi todo orden de cosas al valor del dinero y a la primacía del orden económico por sobre toda otra consideración; la notoria y generalizada inseguridad ante  la creciente perturbación del sistema económico mundial, clima  que da lugar hoy a una  extendida protesta colectiva contra el establishment bancario y político en diferentes naciones. Cabe señalar asimismo la ineficacia creciente del Estado nacional ante problemas globalizados como la crisis económica mundial y las crecientes alteraciones climáticas, derivadas estas últimas de los excesos de la civilización industrial. Hoy vive el mundo la paradoja de gran optimismo en las posibilidades de la ciencia y lo tecnológico, y a la vez un serio pesi­mismo generalizado ante la incertidumbre del futuro. Sin duda que todo ello son rasgos muy significativos de nuestra crítica contemporaneidad postmoderna.

Todo ello va confirmando nuestra anterior asun­ción: la  de que la civilización occidental acusa signos de vivir ya una época tardía y quizás nos aproximamos a un ocaso final. Tal posibilidad obliga a cobrar clara conciencia de la encrucijada en que se encuentra hoy la humanidad, esto es, o se da paso a un orden social y una cultura sin parangón en la historia dados los actuales logros científicos, tecnológicos y  del conocimiento en general, o caeremos en una nueva Edad Oscura. Todo dependerá de que comprendamos la necesidad de recuperar el valor del saber espiritual y de lo axiológico, para lo que será necesario tanto que nuestra tradición judeo-cristiana se remoce  y vigorice con la sabiduría de otras viejas tradiciones como las orientales, y que el orden de lo científico no siga a aferrado a un estéril agnosticismo materialista.